-Hola -contestó con una voz áspera y a la vez amable.
-Disculpe, ¿Sabe hacer magia?- preguntó el niño, con un enorme y obvio interés en la respuesta que iba a obtener.
-Claro - respondió el Payaso sin componer una sonrisa siquiera.
Metió su mano a la bolsa izquierda de su enorme y amarillo pantalón, y sacó de allí un pequeño pañuelo verde. Después, fue a la bolsa derecha, y tras rascar un rato, su mano mostraba unas brillantes tijeras.
-Toma, corta el pañuelo -dijo, en un tono muy bajo, tendiéndole las tijeras al niño, el cual las tomó con cierta precaución y empezó a cortar el pañuelo que pendía de ambas manos del payaso.
Una vez que el niño terminó la labor de cortarlo, el payaso comenzó a hacer una serie de movimientos, un abracadabra y un hocus pocus, y el pañuelo estaba unido de nuevo, sin remiendos ni marcas, como si nunca hubiera sido mutilado.
-¿Cómo lo hizo?- preguntó el niño asombrado.
-No te lo diré- respodió a prisa.
-Por favor, dígame cómo lo hizo.
-Un buen mago nunca revela sus secretos- respondió en un tono cortante, dejando ver cómo perdía la paciencia ante tal insistencia.
-¿Sabe? yo un día quiero ser mago.
-Yo no quiero serlo.
-Pero usted ya lo es, debe ser genial- agregó el niño con un suspiro.
-No, no lo es. ¿Sabes por qué? Porque toda esta magia puede hacerte feliz, a ti y a muchos otros niños, pero sólo por un rato, no puedes vivir sólo de eso. En cambio, yo tengo que vivir de eso, ahí es cuando me detengo a pensar ¿Quién se pone a hacer trucos de magia para mí? y entonces me doy cuenta de mi maldición, de que no sirve de nada tener los medios para ser felices o incluso hacer felices a los demás si no tienes con quien compartirlo, y que ese alguien lo comparta contigo.
Al niño, que escuchaba con atención, le parecieron tan aburridas esas palabras y tan carentes de sentido, que simplemente se alejó en cuanto el payaso terminó de hablar, preguntándose como pudo haber hecho para reparar su pañuelo.
"Magia" pensó "eso fue".
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